En los últimos años oímos hablar mucho del talento, y vamos conociendo múltiples iniciativas públicas y privadas para fomentarlo, sobre todo en nuestros jóvenes. Parece que con talento seremos capaces de ganarnos bien la vida, de trabajar de lo que nos apasiona y crear riqueza personal y social a partir de ello. Sin embargo, se habla menos de otro elemento que, a mi parecer, es indisociable del talento eficiente y efectivo para el mundo real: el coraje, entendido aquí como valor o, incluso, agallas.
Concepto interesante el coraje, sobre todo puesto en relación con el talento. Los anglosajones lo denominan grit –me gusta cómo suena en inglés, tiene fuerza-, y ya protagoniza por derecho propio varios artículos que van llegando a mis manos estos días.
Resulta que estamos descubriendo, gracias a nuevos estudios, que ya no basta con el talento para conseguir ser los mejores en algo. Resulta que, con el talento solo, quizá seremos brillantes pero eso no será garantía para que lleguemos al éxito en lo que sea que emprendamos. Resulta que se está demostrando que necesitamos acompañar ese talento de algo que ahora nos parecerá obvio: de mucho esfuerzo. O sea, de horas y más horas de dedicación y trabajo.
¡Oh, sorpresa!
La práctica hace al maestro
Veámoslo con detalle. Durante mucho tiempo se pensó que el talento era la herencia de unos genes específicos (por ejemplo, que Einstein debía su talento a los genes que lo predispusieron a ser un físico extraordinario). Ello implicaba que si uno no tenía ese talento, nada tenía que hacer en ese campo concreto. Pero atención, porque ahora sabemos que habíamos sobreestimado el peso de los genes en la ecuación. Y algunos expertos ya defienden con rotundidad que el talento es en realidad el resultado de lo que llamaremos la practica deliberada, o sea, las famosas diez mil horas de intenso entrenamiento.
¿Les suena lo de “la práctica hace al maestro”? Pues ahí vamos: a concluir que el talento se basa sobre todo en la práctica deliberada, y que además requiere de mucho esfuerzo. Así que parece que el éxito nunca fue fácil, ni siquiera para los muy talentosos.
Pero aquí lo más interesante es que hace poco que empezamos a entender lo que determina nuestra capacidad de trabajar duro para el éxito. Las investigaciones sugieren una serie de rasgos que permiten a algunos esforzarse en la práctica constante, frente a otros que “solo” aportan el talento y seguramente acaban a medias. Estos rasgos les permiten a los primeros, por ejemplo, seguir practicando muchas horas en soledad, lo que suele ser la parte menos divertida en cualquier proceso de mejora, pero que se demuestra clave para conseguir llegar al máximo.
Los expertos seguían buscando cuál es la característica que puede explicar esta diferencia. Y finalmente determinaron que el rasgo psicológico “no cognitivo” que se revela fundamental para decidir entre “fracasar” o “conseguirlo” es el coraje. Interesante: es sobre todo el coraje el que te capacita para practicar deliberadamente, para esforzarte, para luchar de nuevo cuando te caes o fracasas y para persistir sin perder el foco ni la pasión por aquello que querías conseguir.
Así que, visto que nuestro mayor talento quizá sea tener el talento para trabajar muy duro, la pregunta que sigue me parece evidente: ¿encontraremos entre todos la forma de estimular también el coraje en nuestros jóvenes?
Escrito por
Irene Compte Directora de Urbiótica, geógrafa y urbanista de formación, trabaja como directiva de equipos y proyectos desde hace más de 20 años. Sus intereses actuales pasan por entender mejor las claves del liderazgo personal y colectivo en su aplicación a las organizaciones.
Para dDermis Magazine